Escuchó su vocecita y abrió la puerta en silencio, lentamente. Ahí estaba el pequeño, sentado en el descansillo de la escalera, jugando con sus cochecitos.
Concentrado en su juego, no se dio cuenta de que su padre le observaba en silencio desde la puerta entreabierta. Quería unirse a su hijo, entrar en su mundo, pero los años habían creado un muro que convertía en polvo sus intentos, así que decidió mirarlo desde la acogedora penumbra de la vida adulta, con su realidad marcada por las agujas del reloj y la libertad asfixiada por la rutina
© Chelo Cadavid 2013
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